La escasez global no es el único desafío para la industria de los semiconductores. Hay otro obstáculo: la tecnología de los microchips estaría a punto de tocar techo.
El mundo necesita microchips. La pandemia ha provocado una subida de la demanda (y ha disparado los precios) de este componente tecnológico esencial. En el mundo hay pocas fábricas que pueden producir circuitos integrados de última generación y la mayoría se encuentran en Asia. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, está dispuesto a gastar 50 billones de dólares del presupuesto público para relanzar la industria de los semiconductores, acercar la cadena de suministros, evitar retrasos en los pedidos y parones en la industria como los que han afectado el sector automovilístico durante meses. La Unión Europea ha entablado conversaciones con TSCM e Intel —dos de los mayores fabricantes de microchips en el mundo— para construir una planta en el continente y reducir la dependencia del exterior. Pero ambas compañías pretenden una inversión pública inicial que se acerca a los 10 mil millones de euros.
La escasez global no es el único desafío al que tiene que enfrentarse la industria de los semiconductores. Hay otro importante obstáculo: la tecnología de los microchips estaría a punto de tocar techo y agotar su potencial. Es cada ver más difícil diseñar chips más potentes, veloces y baratos. Hasta ahora se había conseguido cumplir la llamada ley de Moore. Una ley empírica, postulada por el ingeniero y fundador de Intel, Gordon Moore, sobre la evolución de la tecnología electrónica. Según la ley de Moore cada dos años se duplica el número de circuitos integrados instalados en cada microchip, lo que implica una mejoría de las prestaciones. Pero, según algunos especialistas, estaría empezando a fallar. Un escenario que podría separar el mundo entre los que pueden permitirse la última generación tecnológica y los que tendrían que recurrir a la anterior.
Fuente: elconfidencial